lunes, 31 de enero de 2011

YO contra 'el yo'


Si durante estas cuatro últimas semanas hemos venido viendo cómo se configuraba esa mentira de la Realidad, hoy nos las veremos contra algo que sin lo cual no podría existir la Realidad misma, es más, nos las veremos contra aquello mismo que sostiene la Realidad, aquello que en última instancia da Fe de la Realidad. Nos las veremos hoy entonces contra 'el individuo', también conocido con otros términos como 'el yo' , ' la persona' o 'el alma'.
El concepto de indiuiduum, ya lo usó por primera vez, si hemos de hacer caso a la traducción que hace García Calvo, Cicerón para traducir el término 'átomos', sólo que anteriormente, con Lucrecio, o Epicuro, el término 'átomos' tenía un significado negativo, esto es, como negación de la divisibilidad. Así, el átomo era aquello que no era divisible, esto es, 'no-divisible'. Sin embargo, ya con Cicerón, 'átomos', traducido como indiuiduum, tomará un carácter positivo, pasando a significar 'uno' o 'ente unitario', es decir, aquello 'que es uno'. De esta manera, 'átomo', entendido como 'indiuiduum', tomará el carácter necesario para que el individuo o átomo pase a ser real, a saber: que a la vez que es único e irrepetible, sea uno de tantos. Así, el individuo pasa a ser una clase de cosa en que todas son la misma por el hecho mismo de ser cada uno el que es, esto es, irrepetible y a la vez igual al resto de los irrepetibles.
Y si esto que se dice de las cosas lo trasladamos a la gente, el individuo no será sino la sustitución de lo indefinido que es la gente, por lo absolutamente definido (al menos esa es la pretensión de la Realidad, esto es, que las cosas sean absolutas) que es la personita de cada uno.
La diferencia entre individuos entonces vendrá establecida por el nombre propio pero, esta misma diferencia, es lo que les hará idénticos pues, todos, a su vez, tienen su nombre propio. De esta manera, mediante el nombre propio, el individuo se creerá que es el que es. Y como toda realidad, el individuo, al creer que es lo que es, no le quedará otra que estar condenado al Tiempo, esto es, al Futuro, o lo que es lo mismo, condenado a llegar a ser el que es, pues como ya vimos la semana pasada, ser el que es no deja de ser un puro ideal que siempre está por cumplirse porque, de hecho, nunca se cumple. (Si se cumpliera también valdría de poco porque esa sería la muerte absoluta, que bien parece que no existe, pues aún muerto alguien, no podemos decir con absoluta verdad cómo y qué era el/la que murió.) Así pues, querer ser el que se es, en el fondo, no es más que la condena a muerte a la que está destinada el individuo. Querer ser individuo, entonces, no es otra cosa sino querer morir. Es así que miedo (a la muerte del individuo) y esperanza (la eternidad, la salvación del alma del individuo) se nos aparecen como lo mismo, esto es, como servicios al Administrador esencial de la muerte absoluta que es el ens realissimus, el ente más real de todos que, como vimos semanas atrás, es el que da realidad a partir de sí al resto de cosas: Dios o el Dinero.

Pero el individuo del que venimos hablando no puede ser YO, sino que simplemente será 'un yo', o 'el yo', o 'mi yo', condenado como veíamos más arriba a la contradicción de ser irrepetible y a la vez el mismo que cualquier otro.
Y es que YO (no 'el yo', ni 'mi yo' por tanto) no es singular, ni es igual a otro , sino que depende de que se use AHORA en la lengua, y de esta manera, no cabe significarlo, nombrarlo o contarlo, ni como uno ni como conjunto. YO está a la disposición de cualquiera porque no es de nadie ni pertenece a nadie, si acaso, a la comunidad de hablantes, por tanto, para ser YO, solamente hay que usarlo, y usándolo, una vez estará aquí y otras allí, dependiendo del uso porque esencialmente, a diferencia 'del yo', 'mi yo', no tiene lugar fijo. En la lengua pues, YO es sólo un uso de habla sin significado alguno que, por eso mismo, es el que habla y no del que se habla ('el yo', 'mi yo', 'un yo'...). Así, si YO habla de él mismo ya no es YO sino 'el yo', 'mi yo', o 'un yo', esto es, una cosa, por más que esa cosa sea humana. Y no puede ser de otra manera, pues al ser tratado como cosa, no le queda otra que quedar condenado, como ya vimos, a idea y cuantificación, y por tanto, a dejar de hablar, pues ya no es lo que habla (mero punto de habla que vendría a perderse en el uso de los que hablan), sino de lo que se habla. Y ya dijimos que la Realidad, en el fondo, no es otra cosa sino de lo que se habla, de ahí que YO no sea nada real sino simplemente algo que habla, y como lo que habla, común, de cualquiera, ni mío ni tuyo ni de nadie, sin ninguna necesidad de existir (de llegar a ser el que es en un futuro), y por eso mismo, nunca muere.

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