lunes, 9 de mayo de 2011

Muerte de Eros (III)



Seguimos por donde dejamos nuestro análisis de la sexualidad contemporánea.
Detengámonos un momento en el juego. ¿Cuándo cabe jugar? ¿Quién está jugando de veras?
Cuando hablamos de juego nos referimos a la inocencia del juego, es decir, que en el fondo, de lo que hablamos es de algo que está ahí cuando se está jugando, o si se quiere, de una conciencia perdida —no consciente de sí misma— que juega. Así, podríamos decir que sólo se juega cuando no se sabe que se juega, pues de otra manera, el juego se queda en simulacro, en engaño del engaño alegre que pueda ser el juego.
El juego entonces tendría más que ver con lo que está por debajo de la realidad y que por lo mismo, no se sabe qué es. Y esa sería la gracia del juego, que no se sabe qué es. Pues cuando se sabe, evidentemente, ya no estamos jugando. Se podría decir que la alegría del juego es “Paraíso Perdido”, esto es, algo que fue, que pasó: es la única conciencia real que cabe del juego. (Por cierto, más nos vale no vivir en el Paraíso, pues todos los aspirantes a “Paraísos reales”, como así nos muestra la historia, no han acabado sino en la guillotina, en Auschwitz o en “El Gulag”, por citar acontecimientos políticos.)
Por tanto, habría que diferenciar entre el juego, y la realidad del juego, que es más o menos lo que implica hacer una Filosofía, Teoría o Ciencia de las cosas que pasan, pues es claro que lo que 'Ahora' está pasando es irreducible a Teoría pues, cuando se apresa lo que pasa, por pura lógica, ya no está pasando.
De ahí, por otro lado, que la vida nunca pueda ser una teoría sobre ‘la vida’, pues si la vida tiene algo de extraño, de gracia, de juego, es que nunca se puede predecir o encorsetar en conocimiento alguno. Así, valga como imagen de lo que queremos decir el niño que destruye y construye castillos de arena despreocupadamente, esto es, sin saber lo que está haciendo más allá de lo que hace, sin más pretensión que la seriedad del juego. Podríamos decir que se juega cuando no se es consciente de que se juega y por tanto, volviendo a nuestro tema, se desea cuando uno no sabe que desea. De ahí, a propósito, lo terrible de decir o tener que escuchar el famoso ‘te quiero’, pues lo que se está haciendo, ni más ni menos, y se sepa o no, es convertir al otro o a uno mismo, según toque, en algo muerto, acabado, pasado, en instrumento de un deseo que no desea sino que desea desear. Y es que, y esto es claro, cuando se desea desear, en el fondo, por supuesto, no se está deseando sino haciendo un simulacro del deseo; o si se quiere, realidad lo que no lo era. Por tanto, decir “te quiero” no es otra cosa, ni más ni menos, que convertir lo que pudiera haber en nosotros de deseo en cosa, en objeto, en realidad, en algo ya pasado. ¿Y qué es la realidad sino algo que ya ha pasado? 'Realidad', 'Paraíso' 'Infierno' no serían entonces sino cosas ya pasadas. En cambio, lo que vive 'Ahora', por estar pasando, no puede haber pasado, y por lo mismo, no es real ni existe.
No le faltaría razón a Nietzsche entonces cuando tildaba de vampiro a aquél que no pudiendo amar ni jugar, existía del amor y el juego.
Por otro lado, un ejemplo maravilloso de este vampirismo lo podemos encontrar en la película Ciudadano Kane, donde Kane, empujado por su “deseo de deseo” es incapaz de desear, lo cual no le hace sino adentrarse en un deseo muerto que le lleva a crear sustitutos de todo aquello que pudiera haber de verdadero deseo. El Dinero (Dios o la Realidad de realidades) no es sino el simulacro (hacer existir lo que no existe) de 'lo que vive'.
Nos encontraríamos hoy, recapitulando todo lo dicho hasta ahora, en la misma situación que Alex (Malcolm McDowell) en La Naranja Mecánica, afirmando orgullosamente nuestra salud sexual… cuando, al fin y al cabo, lo único que hacemos es volver a negar la sexualidad para matarla de una vez por todas; sólo que ahora más sutilmente: negándola hasta la saciedad —y la suciedad— por medio de la realización (o normalización, que viene a ser lo mismo) del deseo.
Pero como ya se nos muestra en el film anteriormente citado, siempre queda un resto, algo que no se puede reducir a cálculo, Historia o terapia psicológica: algo que no se sabe qué es exactamente, y que por eso mismo no existe. Llamémosle deseo.
Aún queda algo...

1 comentario:

Anónimo dijo...

pues me ha hecho pensar (otras cosas) y creo qu es lo importante