Hablaremos en los próximos meses
de eso que llamamos ‘sexualidad’
tal y como se entiende hoy en
día. De la apertura absoluta de la
misma que la aboca hacia donde
ya estaba antes de la presumible revolución sexual:
a la represión. Y lo que es peor, abocada a una represión
que trata de hacerse pasar por liberación: la
Libertad sexual ya está aquí, ya sabemos por fin qué
es y cómo vivirla. Fin de todo ensayo y error, o búsqueda.
Fin del juego, sólo queda aplicar el programa:
¿Muerte de Eros?
Pero vayamos por partes. ¿Qué es eso de “la
apertura absoluta” de la sexualidad?
Dicho de manera concisa y en términos de Baudrillard,
“la apertura absoluta” de la sexualidad sería
la visibilidad absoluta –pantalla total– del sexo, y por
tanto, el acabamiento de aquello que en un principio
(pensemos en los movimientos de liberación
sexual de los 60) se trataba de sacar de las terribles
y angustiosas aguas de la represión. La sexualidad
así –expuesta a la visibilidad absoluta– si en algún
momento tuvo algo de extraño, de no sabido, queda
aniquilado en pos de de un saber que se pretende
total (como todo saber por otro lado: o se sabe en
absoluto, o en el fondo, no se sabe).
Ya no hay nada que experimentar en la sexualidad,
todo está ya a la vista. Y lo que es peor aún, el
lenguaje queda saturado también por esta visión absoluta:
hablar sobre sexualidad no será sino repetir
una y mil veces lo ya visto, y por lo tanto, ya sabido.
Libertad sexual pues, no será hoy sino repetir hasta
la náusea lo que ya está hecho, dicho y visto.
De esta manera, y paradójicamente, aquello que
se trataba de liberar vuelve a hundirse en las aguas
de la represión, sólo que, actualmente, la represión
acontecería de manera más sibilina: no se prohíbe
a las claras sino que todo vale. Y el todo válido, el
todo que se ve absolutamente, no será sino el sexo
puro, esto es, el órgano sexual. Así, podemos decir,
la sexualidad queda hoy reducida al sexo. Al sexo que
mata cualquier atisbo de sexualidad. ¿Y qué mejor
manera de matar la sexualidad que afirmando al sexo
–valga el símil político– absolutista? La sexualidad
pasa a poder verse y saberse absolutamente y, por
tanto, a poder controlarse, o al menos, esa es la pretensión.
(“Lo absoluto” no pasa de ser Fe, esto es,
pretensión de Absoluto.)
El deseo así, comenzaría y acabaría en el órgano
sexual, esto es, en la ejecución mecánica. La mecánica
sustituye al deseo –se cree que el deseo es el
órgano–, y el cuerpo, a su vez, aparece como mera
herramienta ejecutora del programa que hace creer
que el sexo es lo que desea. Lo que muestra, si nos
fijamos bien, que el cuerpo sigue entendiéndose
como otra cosa que el deseo y no como deseo mismo.
Por tanto, la sexualidad no se entendería como
acción, como propio deseo que se inventa y reinventa
sin-fin (como juego), sino como mecánica entre
cuerpos-herramientas que tienen como proyecto el
orgasmo. Y el orgasmo como proyecto, como fin, no
puede convertir su alrededor sino en medio para su
fin. Se podría así hablar de una tiranía del orgasmo,
o, si se quiere, de una tiranía del placer. Y tiranía pues
el orgasmo no se entiende como muerte (Le petite
mort le llaman los franceses) que ha venido, que se
ha dado, sino como muerte que se ha de buscar necesariamente
pase lo que pase, pues da igual porque
nada pasa. Eros queda reducido a cálculo, esto es, a
pura abstracción.
Así, puesto que la muerte se da, ¿por qué no anticiparla?
Hoy más bien parece que no cabe la espera
en el juego, o la espera del juego.
Por cierto, esta espera que mencionamos no es
ni por asomo la espera de la que hablan los sexólogos,
pues éstos, cuando hablan de pausa, se están
refiriendo a una pausa temporal lineal, esto es, con
vistas a fin y a futuro, a la muerte pues, y por tanto,
unida también a una visión mecánica de la sexualidad.
La espera de la que hablamos es una espera que
se detiene, nunca absolutamente, en lo que pasa o
está pasando, y por esto, desespera de fin. No piensa
en futuro sino AHORA. Por tanto, hablaríamos de
una espera que hace, activa, y no de una espera que
espera para otra cosa que está al final de la línea del
tiempo.
Continuaremos...
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