Una de las evidencias que genera estar en un mundo tan mediatizado que convierte casi todo en dinero, o en producto, es la sospecha profunda sobre los elogios. Estamos tan acostumbrados a la mentira, a las segundas intenciones que, un elogio sobre algo, automáticamente entra en el saco de la mercadería. Resultado: no hay nada bueno de veras. Y eso tampoco es verdad.
No es época de elogios, evidentemente, por saturación y sustitución.
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